Cuando las risas inoportunas te dejan en el paro.

Con este post voy a cambiar un poco la dinámica que viene siguiendo mi blog, aburrida, llena de todo lo malo que ocurre en nuestro mundo, pero voy a conservar una cosa, el desempleo, y agrego un nuevo concepto, la inoportunidad.

 

Pero, y ¿de que va todo esto? Bueno, pues la cuestión es que lo que le pasa al protagonista de el siguiente video me ocurrió dos veces, que recuerde, y la situación fue comprometida, pero comprometida de verdad, sobre todo la primera vez.

 

Seguro que a más de uno le ha sucedido que en un momento inadecuado ha sucedido algo aparentemente sin importancia que le provoca una risa incontenible.

 

La cuestión es que hace unos cuantos años, no recuerdo con exactitud cual, pero debió ser sobre 2003, una tarde de verano, quizás sobre las 20:00 tenia que acudir a una misa por un familiar fallecido a principios de año. Así que tras un breve desplazamiento de unos 40 kilómetros en coche, sin aire acondicionado y unos 40º grados de temperatura llegue al lugar, la iglesia. Tras tomar asiento en la casa de Dios, me sentí muy cómodo, y sobre todo fresquito (no olvidemos el viajecito en coche), así que tras un suspiro y sin pensarlo hice algo que nunca, o casi nunca hago, cruce las piernas. Entonces la persona que tenia a mi lado, mi pareja por aquellos entonces, me llamo la atención de lo inoportuno de mi postura, pero lo hizo con un gesto de cara, y una voz tan tenue que me provoco la risa.

 

De modo que lo que iba a ser una misa tranquila, de recuerdo a un ser muy cercano y querido, paso a ser una misa en la que cada vez que miraba a mi pareja saltaba una risa, risa que acababa disimulando como estornudos típicos de sintomatología alérgica o resfriado. Esto dejaba bastante convencidos a los que me conocían de cerca, y de lejos, pero tras cada pausa de control de esa estúpida risa incontenible, la cosa se hacia más alarmante, en toda la iglesia resonaba esa mezcla extraña de risas y estornudos, que por la naturaleza de la situación, todos o casi todos atribuían a lo segundo.  

 

Al final, poco antes de terminar la misa, la cosa se hizo tan insoportable que tuve que salir de la iglesia y esconderme entre los coches más apartados que estaban junto a un muro de la iglesia, que por el calor de la tarde, parecía un dragón que escupía fuego. Ya había tratado tanto de contener la risa, que era absolutamente imposible hacerlo en silencio. Cuando los demás me veían allí apartado, los que no me conocían imagino que se dirían a si mismos: “vaya, que persona tan sensible, como llora”. Por verme tan afligido, ni se acercaban. Los que ya empezaban a salir de la iglesia, entre ellos mi expareja, se acercaron. Ella no pudo otra cosa que echarse a reír de manera poco disimulada, un hermano del difunto (también muy cercano a mi),  me dijo que no tenia educación ni vergüenza y se marcho cabreado y a pesar de que trate de explicarlo, esto supuso por mi parte una carcajada mayor. Pero la mayoría de la gente seguía sin enterarse, muchos ya pensaban en pedir cita al medico para ver si ellos también podían tener alergia, por que la cosa parecía muy grave.

 

Al final la cosa termino y más o menos guarde el tipo. Además puedo decir, que al menos, quedando todo como quedo, estoy seguro por mi conocimiento del difunto, que si el pudiese enterarse de esto, no pararía de reír. Por tanto, mi conciencia más tranquila que unas castañuelas.

 

Algunos años después, también en una sofocante tarde de verano del mes de mayo o junio me tocaba visita con mi dentista. Así, tras un breve paseo buscando las todas las sombras, llegue a la consulta, tome asiento en la sala de espera, y se me ocurrió coger un cómic para matar el tiempo de espera. Tras leer dos o tres páginas guardando las formas, en lo que ha risa se refiere, llegue a una parte en la que uno de los protagonistas había recibido un disparo en el trasero. Y bueno, la ilustración era muy buena, aparecía en la mesa de observación de una consulta médica, de rodillas, y con el trasero aún echando humo. A todo esto, el doctor observaba aquel trasero tan delicadamente herido, y rascándose la cabeza con un dedo, decía: “este método de operar las hemorroides no lo conocía”. Esto nuevamente me hizo perder el control de la risa.

 

Primero intenté mantener las formas, cuando me di cuenta que no era capaz, dado que vivía cerca, abandone la sala de espera, y me fui a mi casa excusando un olvido mientras me mordía la lengua para no reír, hasta que la cosa se calmase. En esta ocasión, todas las personas presentes en la sala de espera, seguro que hicieron la afirmación: “ese tipo esta chiflado, se ríe solo”. Así que aprovechando el calor de la tarde, puede llegar a casa riéndome sin encontrarme con nadie, o eso creo.

 

Pues bien, contadas estas dos situaciones reales, os puedo decir, por si alguien lo pone en duda, que perder el control total de la risa es posible, es decir, esto no tiene por que ser un montaje, ni intención de hacerse el gracioso, ni nada que se pueda imaginar, esto puede ser tan cierto como la vida misma.

 

Así que si alguien piensa que una risa inoportuna te puede traer un disgusto en el trabajo, la cosa puede ser más grave aún. Esto fue lo que le presuntamente le ocurrió al presentador de televisión Erik Hartman en el programa de la televisión belga Boemerang. Esta falta de control inoportuna lo llevo a lo que en términos comparativos es “ser expulsado del colegio de médicos”, vamos, a la expulsión de tu profesión, a estudiar otra carrera.

 

 

No puedo intentar de dejar de pensar con que cara se fue Erik esa noche a la cama, que dijo cuando llegó a casa, como se sentía cuando al día siguiente se cruzaba con alguien en la calle. Sea como sea, desde aquí quiero decirle a Erik Hartman que eso le puede ocurrir al más pintado, no te sientas culpable, je je je.